Mientras paseaba por la cala, disfrutando de la brisa marina que agitaba mis cabellos como sólo ese aire puede hacerlo, las descubrí tras unas rocas, el mismo sitio donde estaban minutos antes. "Cuanto antes mejor" pensé, y tras esbozar una nueva sonrisa falsa de saludo, caminé hasta ellas, que ni me vieron, ya que estaban ocupadas en reírse tontamente de cada cosa que el chico que las acompañaba decía.
-¡Chicas! ¿Qué tal todo?-pregunté, avanzando hacia ellas.
-¡Paula! ¡Cuánto tiempo! Nos preguntábamos cuándo vendrías...-exclamó Blanca, sonriendo.
Mientras embutíamos los nueve meses de curso en una conversación de minutos, me pareció que aquel año Blanca y Paloma estaban increíblemente simpáticas. Pensé que tal vez habían decidido tragarse su chulería, que habían madurado. No me importaría ser amiga suya si todos los días son así, pensé.
-Por cierto, Paula, ¿conoces a Javier?-preguntó Paloma, observando al chico de la cazadora con una sonrisa embelesada.
-¿Qué hay?-saludó él, mirándome de arriba abajo y volviendo a su postura indiferente-me han dicho que pasas los veranos aquí. ¿Dónde vives?
-En casa de María José y Jorge, son mis abuelos-respondí, casi sin mirarle. No me gustan los chicos que van por la vida como si todo les resbale. Y aquel en concreto, con su absurda cazadora en pleno verano, el pelo castaño chorreante de gomina y su mirada prepotente, me gustó menos que ninguno.
-Ahora tengo que volver a casa para ayudar con las maletas-me disculpé-nos vemos mañana.
-Si quieres, te llevo-dijo el chico, señalando una moto de montaña, de las que no necesitan carné para ser conducidas.
-No, gracias-me negué. No quería ni siquiera ver otra vez a ese chico, y la mirada asesina de Blanca me puso en aviso; el chico estaba ocupado. O al menos, ella parecía empeñada en conseguirlo...
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